
A la hora de realizar una
tarea, un proyecto o un trabajo, siempre debemos tener en cuenta los dos
extremos de la cuerda: la CALIDAD y la RAPIDEZ.
Hay un momento crítico en el
que tendremos que decidir: “¿Sigo mejorando o “libero” el proyecto?”. Es
una pregunta clave para nuestra actividad, y la respuesta depende en buena
medida de nuestra filosofía de trabajo.
Entre los dos polos existe
una fuerte tensión que debemos resolver. A todo el mundo le
gustaría que su trabajo fuese perfecto, pero lo que está claro es que, si
tenemos que seguir trabajando hasta que todo sea perfecto, lo más probable es
que nunca lleguemos al plazo de entrega comprometido.
Calidad: tu credibilidad está
en juego
No puedes entregar un
producto que no funciona. Tu cliente no va a aceptar que le entregues un
trabajo deficiente y lleno de errores. La calidad de tus proyectos es una parte
básica de tu credibilidad como profesional.
Rapidez: no llegar a tiempo
no es una opción
Esto no es como el taller de
un artista. No puedes dedicar todo el tiempo que quieras a completar tu obra de
arte. El desarrollo de Internet no ha hecho más que acelerar la velocidad a la
que las empresas deben renovar sus productos, sus servicios y sus propuestas de
valor al cliente.
Y esa presión llega
directamente a los profesionales independientes: tus clientes van a exigirte
que entregues el trabajo en un plazo muy ajustado para que ellos, a su vez,
puedan llegar a tiempo al mercado.
Resolver la tensión
¿Qué es más importante?
¿Entregar un trabajo bien hecho o llegar a tiempo a la entrega comprometida? A
primera vista, parece complicado resolver la tensión entre calidad y rapidez,
pero quizá no lo sea tanto.
Basta con saber qué variables
son inamovibles:
Ajustar el alcance del
proyecto
Si, como sucede
habitualmente, el plazo de entrega es fijo, y no admite modificaciones,
entonces está claro que debemos ajustar el alcance del proyecto. Si
hay que entregar el día 2 y completarlo todo es imposible, tendremos que
determinar qué es lo que podemos hacer para el día 2.
Es importante explicárselo
al cliente. En realidad, éste puede ser un excelente ejercicio, porque nos
ayuda a saber cuáles son las partes realmente esenciales del proyecto. Si
tenemos que renunciar a algo, dejaremos aquello que es accesorio, superfluo o
simplemente, menos importante para el resultado final.
Incluso es posible que
estemos liberando de lastre al proyecto, porque muchas veces trabajamos en
detalles que requieren mucho esfuerzo y luego no aportan casi nada al usuario.
Modificar el plazo de
entrega
En otras ocasiones, el
cliente no estará dispuesto a renunciar a ninguna de las funcionalidades y
apartados previstos para su proyecto, por lo que el único camino posible será
el de posponer el plazo de entrega.
Esta opción suele resultar
bastante más complicada, y es posible que el cliente no acepte. En tal caso,
solo cabe renunciar al proyecto o, lo más habitual, trabajar a marchas forzadas
para completar el “esqueleto” del proyecto en la fecha fijada. También en este
caso deberemos tener en cuenta qué es lo esencial, para no perder un tiempo
precioso en los detalles ni en las tareas accesorias.
Como es evidente, los
“remates finales” quedarán para un poco más adelante, y así habrá que
negociarlos.
Modificar el precio
Aunque la hemos dejado un
poco de lado, es evidente que existe otra variable: el precio. Pagando más
dinero se puede contratar a más profesionales para que intenten acabar a
tiempo. El problema es que, para empezar, los clientes no suelen estar
dispuestos a pagar más y, sobre todo, que aumentar el número de recursos no
garantiza que el trabajo se va a realizar bien. Las nuevas incorporaciones
necesitan tiempo para conocer el proyecto, para adaptarse al resto del equipo…
Y los problemas de coordinación y comunicación se disparan.
Es verdad que aumentando la
tarifa se puede “convencer” a un profesional para que dedique muchas más horas
al proyecto. Pero por muy motivada que esté una persona, tiene un límite de atención
y concentración. Si se ve obligada a trabajar 14 horas seguidas, la calidad del
resultado final se va a resentir bastante.
Filosofía tradicional: foco
en la calidad
Hasta hace poco, la mayor
parte de las empresas se han concentrado en realizar productos y aplicaciones
sin errores. Para conseguirlo, han desarrollado departamentos de testing y de
calidad, han incorporado complicadas metodologías de trabajo en el
funcionamiento de la organización, y han adoptado un gran número de trámites y
mecanismos de control para evitar cualquier defecto.
En estas organizaciones,
todo está perfectamente planificado, pero se han olvidado de algo fundamental:
todos estos trámites ralentizan muchísimo la entrega del producto, y dificultan
la introducción de cambios. Hoy el mercado no está dispuesto a esperar. Si la
competencia llega antes, aquello que hemos construido ya no tiene ningún
sentido. Es como un “cadáver”, un producto que ha nacido muerto. Con la
velocidad a la que se suceden los cambios hoy, el plazo se ha convertido en la
variable esencial. Llegar tarde es como no llegar.
La filosofía ágil: foco en
la rapidez
Para dar respuesta a esta
nueva situación, algunas empresas, sobre todo procedentes del ámbito de
Internet, han apostado por una filosofía ágil; es decir, una forma de
trabajo que les permite reaccionar con agilidad frente a los cambios.
Su propuesta es sencilla:
menos trámites, menos metodología, equipos más reducidos y mucha velocidad. Lo
fundamental es llegar a tiempo. Por eso trocean las tareas y las
realizan mediante pequeños sprints, no posponen el plazo de entrega, sino que
ajustan el alcance del proyecto, y no esperan a que todo esté perfecto para
ponerlo en funcionamiento.
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