
¿Y si pudieras bucear en la
mente de tus clientes?
Entre los peces, las algas y
la chatarra marina, seguramente te encontrarías con ideas parecidas a
éstas:
“Te he contratado porque yo
no soy capaz de hacer el trabajo, así que espero que me ayudes”
Es importante saberlo: el
cliente no te contrata para divertirse. Lo hace porque:
- no tiene tiempo para
desarrollar ese proyecto concreto o, lo que es más habitual
- porque no tiene los
conocimientos y la experiencia necesaria
El conocimiento y la
experiencia los tienes tú. Eso implica que, aunque al final el cliente siempre
tiene la última palabra, tú estás obligado a defender tus decisiones (de forma
razonada, claro).
Si lo que te propone el
cliente es un desastre, y tú lo eres consciente de ello, debes hacérselo saber.
De lo contrario, no estarás haciéndole ningún favor.
Otra cosa es que, después de
tus explicaciones, con toda la información sobre la mesa, el cliente persista
en su intención de hacer una chapuza. En ese caso, lo más normal es que
simplemente ejecutes el trabajo y lo cobres. Tendrás más suerte en proyectos
futuros.
“Pregunta todo lo que
necesites, pero no me vuelvas loco con cada detalle”
Te contratan porque sabes, y
eso implica que tienes que tomar decisiones. Está muy bien -de hecho es
imprescindible- que preguntes todo lo que necesites para enfocar bien el
proyecto, y para comprobar que estás alineado con el cliente.
Pero más allá de eso, eres
tú quien tiene que tomar las decisiones. No puedes llamarle a tu cliente cada 5
minutos para preguntarle qué color eliges, qué palabra resulta más adecuada o
cuál de esas opciones es mejor. Si lo haces, estarás creándole problemas en vez
de resolverlos. Y tu ritmo de trabajo será demasiado lento.
“Supongo que eres de fiar…”
Cuando desconfiamos de
alguien, no nos queda más remedio que estar todo el tiempo pendiente, alerta,
para ver “en qué nos está engañando”.
Si lo piensas, es un
esfuerzo agotador, que consume el tiempo y la energía del cliente, y le impide concentrarse
plenamente en el núcleo de su actividad.
Esta situación tiene su
reverso positivo. Cuando el cliente trabaja con alguien de confianza, puede
dedicarse a lo suyo sin excesivas preocupaciones. Sabe que ese profesional va a
cumplir con lo acordado: los requisitos del proyecto, los plazos de entrega,
los niveles de calidad exigidos por el mercado.
Es evidente que, como
profesionales, ese es el papel que nos conviene jugar: alguien en quien
se puede confiar.
“Me gusta revisar el trabajo
y cambiar cosas tanto como a ti”
Muchas veces no nos damos
cuenta, pero a los clientes les gusta revisar el trabajo realizado tan poco
como a nosotros. Para ellos lo mejor sería que todo estuviese perfecto a la
primera, y que el proyecto concluyese con éxito en el menor tiempo
posible. El problema es que eso no suele ocurrir.
Los clientes están pagando
por ese trabajo. Son ellos los que van a utilizarlo. Por eso ponen toda su
atención para asegurarse de que funciona correctamente. No hay ningún
componente sádico. Es una actitud normal. Sólo que nosotros estamos
acostumbrarlos a sufrirlo desde el otro lado.
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